sábado, 24 de septiembre de 2016

Inés y la alegría

Estoy empezando a darme cuenta de que este blog ha acabado por convertirse en una especie de refugio ocasional. Hoy por hoy —hace un año de mi última entrada, pero me gusta pensar que el tiempo no ha pasado en este rinconcito de la red— solo lo utilizo, de forma ocasional, para recomendar los mejores libros que leo. Y, en cierto modo, me gusta que sea así. Hoy traigo un libro que, después de más de 700 páginas sumergida en la tibia frontera entre el Valle de Arán, Toulouse y Pont de Suert, se ha convertido en una historia de esas que se quedan, que emocionan, que duele acabar. Porque eso es lo que ha sido Inés y la alegría para mí: una aventura de principio a fin.


Sinopsis: Toulouse, 1939. Carmen de Pedro, responsable en Francia de los diezmados comunistas españoles, se cruza con Jesús Monzón; años después, en 1944, Monzón contará con un ejército de hombres dispuestos a invadir España. Entre ellos está Galán, quien cree que, tras el desembarco aliado y la retirada de los alemanes, es posible establecer un gobierno republicano en Viella. No lejos de allí, Inés, que apoyó la causa republicana durante la guerra, oye a escondidas el anuncio de la operación Reconquista de España en Radio Pirenaica, y se arma de valor, y de secreta alegría, para dejar atrás los peores años de su vida.

Inés. Galán. Galán e Inés. Inés y Galán. Ese es el eje central de la novela, la cual está contada a tres voces: la de sus dos protagonistas, alternando capítulos bastante extensos entre la perspectiva de uno y otro, y la tercera, la de la propia autora. Porque Inés y la alegría no es solo una intensa historia de ficción sobre las consecuencias de la guerra y aquella intrépida y valerosa ofensa que fue la del Valle de Arán, sino también una inmensa lección de Historia con la que se aprende más sobre la estructura y los altibajos del Partido Comunista de España en la posguerra que con cualquier manual de Historia. Por sus páginas desfilan personajes reales de todos los tamaños: desde titanes como Dolores Ibárruri o Santiago Carrillo hasta personajes tan desconocidos pero sumamente curiosos como Jesús Monzón.

El trabajo de documentación de Almudena Grandes es, por tanto, apabullante. Ya lo pude comprobar al leer El lector de Julio Verne, segunda entrega de esta saga de Episodios de una guerra interminable que leí en enero de 2015 —cuánta emoción me hizo la mención a Pepe el Portugués al final de esta historia, por cierto—; sin embargo, en esta primera parte destaca un minucioso estudio de un episodio tan desconocido como fue la invasión del Valle de Arán en octubre de 1944. La idea de Grandes de documentar un hecho tan poco conocido y que fue enterrado en el olvido, tanto por unos como por otros, me parece una decisión absolutamente admirable. Y, por supuesto, lo hace con una maestría y un estilo inigualables.

Pese a ser la segunda novela de la autora que leo, me aventuraría a decir que esta es la más redonda de las dos. Donde los personajes de El lector de Julio Verne eran entrañables, los de Inés y la alegría son absolutamente humanos; humanos dañados por la guerra, por el hambre, por la rabia y por el exilio. Pese a todo, hay cabida para esos sentimientos universales que Grandes sabe explotar de una forma exquisita: el amor, la amistad, la esperanza y, como indica el título del libro, la alegría. Más allá de los personajes principales, de los que hablaré más adelante, la autora despliega todo un abanico de secundarios que dan la sensación de ser seres humanos completamente vivos y reales: desde el entrañable Comprendes —quizás mi favorito— hasta Adela, esa cuñada tan deliciosamente buena, todos ellos dejan ver diferentes visiones y formas de encarar la guerra y todos los años que la siguieron de una forma humana y, muchas veces, mucho menos cruenta de lo que se suele esperar en novelas de este tipo. Lo cual, al menos en mi caso, resulta un verdadero respiro.

Por otro lado, tenemos a Inés y Galán. Galán e Inés. Dos narradores sobre cuyos hombros se deposita todo el peso de la novela, y que la autora consigue que lleven con absoluta facilidad e, incluso, grandeza. Enamorarse de Galán es tan fácil que no cuesta imaginarse por qué Inés lo hace prácticamente al llegar a Pont de Suert, pero con ella esa inmensa sensación de cariño y familiaridad llega incluso antes. Es una chica cuya vida se ve completamente rota por la guerra, y cuyo único afán, durante años, se convierte en intentar sobrevivir. Es curioso observar cómo deja de ser la niña de los ojos de su hermano Ricardo, personaje interesante donde los haya, para convertirse en una muchacha de firmes convicciones republicanas durante la guerra; después de eso, su despegue como personaje y como mujer llega a ser incluso apabullante.

Otro aspecto a destacar en estos personajes son las relaciones que se establecen entre ellos: no solo las amorosas, absolutamente enternecedoras, sino también las de amistad. La de Comprendes y Galán es, quizás, la que más emociona; sin embargo, también lo hace la que surge entre las mujeres que, en el exilio, comienzan a trabajar bajo el mismo techo y viven juntas los altos y los bajos de vivir en una tierra ajena, enamoradas de hombres dispuestos a luchar hasta el final. Porque este aspecto es también uno de los más importantes de la novela: los fragmentos en los que, más allá de la guerra, del amor y de cualquier otra cosa, se convierte en una historia de mujeres que, ayudadas las unas por las otras, hacen lo imposible por sobrevivir.

Así pues, creo que puedo afirmar que Inés y la alegría se ha convertido en mi gran libro de 2016. Pendiente queda Las tres bodas de Manolita, el único «episodio» publicado que me falta por leer, y el cuarto volumen, Los pacientes del doctor García, previsto para su publicación en marzo de 2017.  Sin embargo, dudo mucho que ninguno me deje tanto poso como este: he pasado más de una semana prácticamente pegada a sus páginas y, al acabarlo, he sentido esa sensación de vacío que viene al finalizar un gran libro y que apenas recordaba ya. Inés, Galán, Comprendes, el Lobo y muchos más seguirán en mi cabeza durante mucho más tiempo del que he pasado leyendo la novela: ese grupo de exiliados que, a su manera, ha acabado configurando una gran familia de la que uno llega a sentirse parte. Es un relato vivo, optimista y maravilloso: un canto a la vida dentro de un género que, precisamente, se caracteriza por tener finales amargos y crudos.

A fin de cuentas, incluso en la más cruenta de las guerras puede encontrarse un resquicio de amistad, amor y valentía que permita a sus héroes seguir adelante.

Mi nota: 10/10.

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